Viernes, alrededor de las 11 de la mañana, estoy sentado en frente de mi computador en un cuarto mediano, es el cuarto mejor iluminado de un apartamento pequeño en un barrio estándar de un lindo pueblito cercano a Rotterdam. Reviso los últimos detalles de algunas ilustraciones y cambio los colores de las imágenes que el día de ayer tuve la posibilidad de revisar en la Universidad. Afuera llueve copiosamente, es extraño pues aunque nos adentramos en la primavera caen chapuzones como en las tierras de olor a café de las que vengo. Por algunos momentos me pierdo en el divagar de lo que quiero y de lo que hago, creo que todos en algún punto lo hacemos.
Finalizo una imagen de la que no estoy particularmente satisfecho, salvo el archivo en mi viejo portátil – gracias al cual he batallado durante, por lo menos los últimos tres años y medio- y me centro en labores domesticas para que me distraigan un poco. Plancho una camisa negra de rayas verticales, la plancho cuidadosamente recordando -casi que oliendo- a Dioselina, ella, que tantas veces planchó la ropa que llevé durante mi gloriosa estancia en Duitama. Para ese entonces yo era un chiquilin de pantaloncitos cortos, camisa apuntada hasta el cuello, gafas pesadas y un pelo indomable. Diose como cariñosamente la llamaba era una mujer pequeña, casi frágil, con una locura simbólica de su edad, con un olor rancio a bizcochuelo pasado y con canas largas que se extendían en una especie de giba fea que le presionaba hacia el frente. Siento que de los cientos de años que vivió, muchos -si no todos- los dedico a cuidar de nosotros, de los hijitos obesos de una familia rica de un pueblo feo. Estuvo como mucama, dama de compañía, empleada del servicio, lavandera, cocinera, guisa o como quieran llamarla durante mucho tiempo y gracias a ella lleve ropa impecable de monaguillo maricon por largo rato sin ni siquiera saber cómo se planchaba o lavaba.
Terminé de planchar y me dedique a arreglar algunas de las cajas que ya están listas en mi habitación, es extraño sentir que empaco mis cosas, que me detengo un segundo a pensar en lo que tengo y a meter, una por una de las cosas, en cajas o maletas… pero creo, cosa que me hace feliz, que todo lo que poseo en el mundo cabe en menos de 4 cajas de Duwo y una maleta grande y fea que compré gracias a la persistencia casi insana de mi ex pareja, quien se negó a comprar una maleta de montañista pues yo debo aprender que uno no puede ser hippie toda la vida y debe empezar a pensar en ser grande y verse como grande.
Luego, una ducha fría, el agua cae sobre mi rechoncha pancita de marino retirado y se cuela en lo que debe ser mi sexualidad, tan descuidada últimamente. Me seco rápidamente y me adentro en la habitación, todo corre según lo esperado excepto algunas minucias técnicas con el computador. Estoy listo, voy a la presentación final de mi proyecto en la Universidad Tecnológica de Delft.
Ya no llueve pero tengo el culo completamente mojado pues deje mi bicicleta en uno de los parqueaderos en frente del edificio de inmigrantes en el que vivo. Pedaleo avanzando con mi pesada carga que soy yo mismo más algunos tiestos en mi maleta de nerdo . Es como saber que todos los nerdos que se sientan frente a los miles de portátiles del mundo le rinden un homenaje a ser nerdos usando Targus, una marca gringa de morrales para equipos electrónicos. Esa maleta la compre cuando aún estaba enamorado de la vida en una tarde larga de caricias y besos de una negrita feliz que me cobijo luego de un paseo a Unilago en el que descubrí las maravillas de las USBs y los discos externos.
Cuando llego al edificio de la facultad que me albergó por los pasados 20 meses me siento un poco triste, es raro saber que es la última vez en la que oficialmente visito este lugar como estudiante, condición que ya no puedo extender mas, es decir, luego de primaria y bachillerato en Colegio de curas, dos pregrados en Universidades de comunistas y dos maestrías en escuelas de tecnócratas ya no puedo seguir pretendiendo ocultarme en las paredes de las universidades para seguir viviendo bien, debo crecer como histriónicamente me lo decía la a.r.p.í.a. TM.
Entro a la facultad, enciendo los equipos y preparo cada detalle para que los invitados estén cómodos por los siguientes minutos. Llegan mis amigos, llegan de Rusia, de India, Indonesia, Colombia, Méjico, Corea, Holanda, Japón, Israel, Turquía, llegan del cielo, pues estoy seguro que en el pequeño sillón vacío del frente de mi escritorio mi mamá disfrutó cada minuto de la presentación y luego no hizo preguntas básicamente porque no está muy actualizada en el tema. Mi papá en cambio, estaba dulcemente reposado atrás, cerca de una ventana con un orgullo grande, lo vi hablando con uno de mis profesores cuando todo terminó. Mi hermana estuvo muy pendiente de los pasabocas y de las bebidas que estaban dispuestas para los comensales antes, durante y después de la exposición. El salón se llenó rápidamente, y con cada persona sentada en frente se llenaba también el pequeño reloj de arena que todos tenemos en el alma y que nos da la energía para vivir.
Mis profesores llegaron un par de minutos tarde, se inicio formalmente todo, lo primero fue un pequeño acto protocolario en el que el director de mi proyecto me presentó públicamente, luego fue mi turno… yo… si, algo dentro de mi cabeza me dice que debo empezar a hablar y ese algo me recuerda que debo hacerlo en inglés, ese segundo idioma chapucero que digo que hablo. Me paro derecho frente al público, separo las piernas un poco, respiro profundamente, suelto mis manos y miro fijamente a alguien en el fondo del lugar, todas estas técnicas aprendidas en los años de teatro del cole, nunca pero nunca debí haber abandonado el teatro, aunque pésimo actor tengo el alma curtida por esos ensayos largos en las madrugadas frías de Culturama.
Las primeras palabras salen rápida y no muy inteligentemente de mi boca, debo pronunciar mejor, debo entonarlo más alto, debo explicar esto y no puedo olvidar aquello, son tantas cosas que mi cerebrillo debe ejecutar y el pobre esta tan destrozado por la cerveza y la legal mariguana Holandesas que a duras penas puede mover el cerebelo para que respire. Me concentro y cada palabra fluye cada vez más y más confortablemente. Me encuentro en algún momento de mi discurso hablándole a gente feliz, un grupo grande de amigos bonitos, es como si una cámara en un pequeño helicóptero hiciese un recorrido rápido por el salón. Ella está sentada en la tercera fila, como me encanta su pelo largo, brillante, sus ojos azules profundos, sus pecas, ah esas pecas rosadas que rodean su nariz diminuta, como me encantaba su voz hasta el día en el que en la fiesta de verano me presentó a su nuevo novio, un holandés mariquita, imberbe y virgen.
Atrás esta la familia, Naty, los amigos, un profe, un negro oscuro como el carbón, es de Botsuana, una japonesita flaca, bajita, quien obedece cualquier orden que se le da.
Termino el discurso, la presentación ha terminado, creo que fue buena, siento que fue mala, espero qua haya aclarado algo de lo mucho que no hice y de lo poco que si durante los pasados seis meses en una compañía pequeña en una ciudad inmunda en el sur de la Holanda.
Es tiempo para preguntas dice mi mentor. Un coreano engreído y mariquita extiende su brazo mostrando una camisetica Lacost que hace juego perfecto con sus pantaloncitos Armani que son de la misma colección que sus zapatillas nike autografiados por la madre Teresa de Calcuta. La pregunta es horrible, no entiendo ni la palabra inicial y casi ni oigo la final. Así que ahí estoy, frente a mis amigos y familiares contestándole a un tipo de 22 años depilados que tiene más dinero en su cuenta que el que tuvo, tiene y tendrá mi familia completa, una pregunta que ni siquiera entendí. Así que mi respuesta es larga, mala y larga, muy larga, pero más mala que larga. Luego dos, tres, cinco y creo hasta seis preguntas más.
Ya no mas, quiero irme, tener una comidita normal en la cocina blanca de la casa de Duitama, una comida cocinada por mi mamá, servida por Clau, “peleada” por todos, una comida en la que mi papá este enguayabado, en la que Zora este castigada por borracha, en la que Rafael llegue tarde con un pordiosero a lavarle los pies, en la que Carlos se coma lo de el, lo de el mas lo de todos y las sobras de lo de el y luego termine comiéndose lo de el, una comida en a que haya muchas harinas en el plato, arroz, plátano, papa, quizá hasta pasta, porque no. Una porción rica y jugosa de carne, dos cositas verdes y jugo, un jugo infinito de alguna fruta rica, un juguito de mango bien dulce que haga juego con la diabetes de mi mamá. Un postrecito bien dulce que le rebote en el cerebelo pasmoso de mi papá con su resaca. Extraño a Claudia, porque no? una peleíta casual por alguna tontería, eso, puede iniciarse entre Rafa y Clau, y luego en un coro febril Carlos y Zora. Mi papá en silencio, esperando aliviarse en el sopor de la cerveza que todavía circula en su sangre. Y claro, el acorde final es de mi mamá que los obliga a todos a terminar relamiendo el plato y agradeciendo a Dios por los niños del África, menos eso si, a su hijito consentido, famélico y mariquita, es decir yo, a quien solo le daban lo que quería.
Nos vamos con los profesores a la oficina de uno de ellos para hacer el examen final, es básicamente una conversación informal entre colegas sobre el resultado final, sobre las cosas que estuvieron bien y las que pueden mejorar, en fin, todas esas cosas que hemos inventado los humanos para decir que somos mejores que los micos pero queremos tirar más que ellos.
Me recupero solo cuando salgo del salón, me doy cuenta que estos dos años maravillosos en este pueblito de cuento de hadas se esfumaron tan rápido. Se fueron como todo se va, en un abrir y cerrar de ojos dejo de estar en Duitama y estoy en Bogotá en una fiesta rara con gente fea y borracha y luego abro los ojos y estoy en Delft montando en bicicleta y hablando con un Polaco.
Solo sonrío, solo tengo un espasmo largo en mi cara que me hace sonreír, ese hilo bonito que me hala los labios y me hace sentir bien. Sonrío porque en los años que se acabaron de dibujar en mis ojos pasaron cosas, terminé una relación ya acabada, me enamoré como un adolescente de una mona de ojos claros que me dejo con la chocolatina derritiéndose en la lonchera, encontré gente buena con la que pude compartir, me encontré lejos de casa haciendo algo que me gusta mucho, incremente mi peso corporal en tantos kilos como nuevos amigos, es decir muchos, espero poderlos perderlos tan fácil como los gané –hablando de los kilos-.
Llego al salón en el que todavía me esperan mis amigos, recibo saludos, gente amable. Llegan los jurados y en un abrir y cerrar de ojos dicen cosas bonitas sobre mí, yo pienso que debería intentar decirle algo esta noche a la mona otra vez, a ver si por fin cae, algo como ahhh y bueno… mmmm yo me voy del todo para Colombia… mmm… así que porque no uno rapidito de despedida…; ellos siguen hablando de lo importante del proceso académico en la formación de diseñadores industriales que enfrentan la crisis económica, pienso que deberé tomarme primero una cerveza para poder abordarla más fácilmente, tengo unos condones que compre hace rato, estarán vencidos?, al final el más bajito de todos los jurados me extiende la mano y me dice algo amable, lo miro, me tiempla el pulso, le recibo el papel. Es un diploma feo, una hojita michicata en un formato tamaño carta. Dónde está el pompo de la hoja grande de pergamino con letras caligrafiadas y mi nombre en negrilla. Es decir, lamentablemente no podré enmarcar este diploma con uno de esos marquitos de vidrio como los del diploma de Carlos, Zora, Rafa y Claudia que estaban organizados cronológicamente en el estudio de la casa vieja.
Mi profe dice algo en latín que significa con honores, Cum laude así que mis amigos dicen que está bien, que esta mas que bien. Será como esa primera vez que intente acostarme con mi primera novia de nombre de flor y que ni siquiera me alcance a desabrochar la camisa porque la tarea ya estaba terminada con honores? Espero que no pues luego entendí, después de algunos años, que se debe ser paciente para hacer bien una tarea y que a veces las primeras veces salen mal.
Dormiré el guayabo de una fiesta larga después de todo eso, limpiaré el piso del apartamento mediano en la Holanda bonita y me duchare con la mona luego de retozar después de horas de desenfrenado sexo.
Creo que el borrador de este documento debe ser cambiado por: Dormiré el guayabo de una fiesta larga después de todo eso, limpiare el piso del apartamento mediano en la Holanda bonita y me duchare pensando en la mona linda…
Javier Ricardo Mejia Sarmiento